África carece de liderazgo
Una carencia de líderes excepcionales significa que un premio de US$5 millones para los héroes no reconocidos no se ha otorgado.
Cuando Liu Xiaobo, el defensor de la democracia china, ganó el Premio Nobel de la Paz, la ceremonia de entrega de premios se vio ensombrecida por una silla vacía. Esto ocurrió porque el Sr. Liu estaba ‘ocupado con otro asunto’, básicamente el estar deteriorándose en una cárcel china. El equivalente aproximado del Premio Nobel en África, el Premio Ibrahim al Liderazgo Africano, también sufre del ‘síndrome de la silla vacía’. En cinco de los 10 años desde que comenzó a otorgarse con gran fanfarria en 2006, ningún líder fue considerado digno de recibirlo.
Eso fue lo que ocurrió la semana pasada cuando el comité de selección volvió a anunciar que no habría ganador del premio de US$5 millones. Estos US$5 millones, más una pensión de US$200,000, algunas veces se ha descrito como un soborno para que los líderes africanos dejen sus cargos. Para ser elegible, un líder debe haber renunciado voluntariamente. Pero tal y como lo señala irónicamente Mo Ibrahim — el magnate de las telecomunicaciones de ascendencia sudanesa y británica que estableció el premio — cualquier líder africano que esté empeñado en acumular riquezas puede obtener mucho más que eso.
Él asegura que el premio se otorga, más bien, a un liderazgo excepcional. El Sr. Ibrahim conjetura que pocos líderes occidentales, si los hubiera, habrían ganado este año. Evaluar a los líderes africanos con estándares inferiores, recompensándolos simplemente por obedecer la Constitución, le restaría mérito al premio y, lo que es más importante, sometería a África a algo de lo que sufre muy a menudo: bajas expectativas.
Ésa es probablemente la razón por la que Goodluck Jonathan no ganó. El presidente de Nigeria cosechó aplausos por dejar su cargo tras perder las elecciones del año pasado ante el ex general Muhammadu Buhari. De hecho, él fue el primer líder civil de Nigeria en hacerlo. Pero, por desgracia, nada le dio una mejor imagen al Sr. Jonathan que su salida. Durante el mandato, su gobierno malgastó las ganancias de uno de los mayores auges petroleros de la historia; presidió un vasto nivel de corrupción incluso según los estándares de Nigeria; y permitió que Boko Haram ganara una terrible proporción de terreno. El haber reconocido tal actuación hubiera sido como darle a Henry Kissinger algún tipo de galardón de la paz.
Uno de los propósitos loables del premio es destacar los logros de los héroes no reconocidos en un continente en el que, con demasiada frecuencia, pensamos en líderes ya sea como monstruos o como ladrones. Esto es extremadamente vergonzoso. Tal y como lo expresa Salim Ahmed Salim, un veterano diplomático de Tanzania y presidente del comité del Premio Ibrahim, los problemas de África son más graves y complejos que los de muchos continentes, y los líderes africanos cuentan con menos recursos para enfrentarlos. A los líderes que les va bien bajo tales circunstancias no sólo son buenos, sino excepcionales.
Aparte de Nelson Mandela, los nombres de los ganadores anteriores todavía no son muy conocidos. Éstos incluyen a Pedro Verona Pires de Cabo Verde, uno de los pocos luchadores en pro de la libertad de África en lograr una transición exitosa al liderazgo. En 2011, él se retiró como presidente de su archipiélago, dejándolo más próspero, saludable y democrático que cuando fue elegido 10 años antes. Otros ganadores son: Hifikepunye Pohamba de Namibia, el ganador del año pasado, a quien se le atribuye forjar la cohesión nacional e intensificar la lucha contra el SIDA; Festus Mogae de Botsuana, quien continuó el legado de uno de los Estados mejor gestionados de África; y Joaquim Chissano de Mozambique, el primer ganador, quien ayudó a lograr la paz después de años de guerra civil.
El Sr. Ibrahim me dijo: “Tenemos algunos líderes no reconocidos que llevaron a cabo un trabajo verdaderamente maravilloso y que se retiraron silenciosamente”.
Pero ¿está recayendo el liderazgo africano? No hace mucho tiempo, parecía que estaba en una tendencia al alza. Actualmente, en Sudáfrica tenemos al presidente Jacob Zuma, quien tiene a la población recordando con nostalgia al brillante, aunque profundamente defectuoso, ex presidente Thabo Mbeki. En Angola, donde los niveles de salud y de educación son deplorables, el gobierno de José Eduardo dos Santos ha despilfarrado el patrimonio petrolero del país mientras que afanosamente se enriquece.
En toda la región de los Grandes Lagos de África — desde la República Democrática del Congo hasta Uganda y Burundi — los líderes se están aferrando a sus mandatos hasta mucho después de sus ‘fechas de vencimiento’. Incluso la reputación de Paul Kagame de Ruanda — un líder elogiado por su brillantez organizativa y por su concentración en el desarrollo — se ha deteriorado al suprimir, en lugar de alentar, a quienes pudieran reemplazarlo.
Una posible objeción a los ganadores del pasado es que provienen de pequeños Estados. Botsuana, Namibia y Cabo Verde tienen una población combinada de menos de 5 millones de habitantes. Nadie de la República Democrática del Congo (85 millones) o de Nigeria (180 millones que siguen en aumento), se ha considerado digno de recibir el premio. Cuando un líder de una de las naciones más grandes de África finalmente obtenga el premio, será el momento de declarar que el liderazgo de África ha entrado en una nueva fase. Puede que el mundo no esté prestando atención. Pero debiera hacerlo.
Por David Pilling (c) 2016 The Financial Times Ltd. All rights reserved