Buscando a Óscar (I)
Con reportes por Habiba Nosheen, especial para ProPublica, y Brian Reed, This American Life
Capítulo 1: "Usted no me conoce"
La llamada de Guatemala estremeció a Óscar.
"Unos fiscales vinieron a buscarte", le dijeron familiares de su pueblo. "Son gente influyente de Ciudad de Guatemala. Quieren hablar contigo".
Óscar Alfredo Ramírez Castañeda tenía mucho que perder. A pesar de que vivía sin documentos en los Estados Unidos, a sus 31 años había logrado crear una vida estable. Tenía dos empleos de tiempo completo para mantener a sus tres hijos y a su mujer, Nidia. Vivían bien, en una casa pequeña pero alegre en Framingham, un barrio obrero de Boston.
Óscar siempre se esforzaba por mantenerse lejos del ojo de las autoridades, de Estados Unidos y de su país. Aun así, llamó a la fiscal de Ciudad de Guatemala. Ella le dijo que quería hablar de un tema delicado sobre su niñez y de una masacre ocurrida durante la guerra civil de Guatemala. Prometió explicarlo todo en un correo electrónico.
Días después, Óscar se sentó frente a su computadora en una sala llena de juguetes, trofeos de escuela, fotos de familia, un crucifijo y recuerdos de su país. Había llegado a casa tarde, después del trabajo, como siempre. Nidia, con siete meses de embarazo, descansaba en un sillón cercano. Los niños dormían arriba.
Los ojos verdes de Óscar miraron la pantalla. El correo había llegado. Respiró profundo y dio clic.
"Usted no me conoce", empezaba.
La fiscal decía que estaba investigando un episodio violento de la guerra, un caso que la había afectado profundamente. En 1982, un escuadrón de comandos especiales había asaltado el pueblo de Dos Erres y había masacrado a más de 250 hombres, mujeres y niños.
Dos niños pequeños que sobrevivieron fueron robados por los comandos. Veintinueve años después, quince desde que la fiscalía había empezado una cacería para atrapar a los asesinos, la fiscal había llegado a la conclusión de que Óscar era uno de los niños secuestrados.
"Yo tengo conocimiento que (sic)usted fue muy querido y bien tratado por la familia con quienes se crió", escribió la fiscal. "Yo espero que todo esto que le estoy contando (sic)usted tenga la suficiente madurez para asimilarlo de una manera adecuada, yo lo hago de su conocimiento en base al derecho a saber la verdad que tienen todas las personas víctimas de violaciones a los Derechos Humanos."
"El punto Óscar Alfredo es que usted aunque no lo sabía, fue una víctima de ese triste hecho que le comento, al igual que ese otro niño que le cuento que encontramos, así como los familiares de las personas que fallecieron en ese lugar".
Para entonces, Nidia leía por encima de su hombro. La fiscal dijo que podía acordar una prueba de ADN para confirmar su teoría. Le ofreció un incentivo: ayudar a Óscar con su proceso migratorio en los Estados Unidos.
"Esta es una decisión que usted debe tomar", escribió.
Óscar repasó imágenes de su niñez rápidamente en su cabeza. Se esforzó por relacionar las palabras de la fiscal con sus propios recuerdos. Nunca conoció a su madre. No tenía recuerdos de su padre, quien nunca se casó. El teniente Óscar Ovidio Ramírez Ramos había muerto en un accidente cuando él apenas tenía cuatro años. La abuela de Óscar y sus tías lo habían criado inculcándole un profundo respeto a su padre.
Como la familia decía, el teniente había sido un héroe. Se graduó como el primero en su clase, se convirtió en un soldado de élite y había ganado medallas en combate. Óscar atesoraba la boina militar roja y su añejo álbum de fotos. Le gustaba hojear las imágenes que mostraban a un oficial fornido de sonrisa joven, en un tanque, cargando la bandera.
El sobrenombre del teniente era un diminutivo de Óscar: Cocorico. Y Óscar se llamaba a sí mismo, "Cocorico, segundo".
"Usted no me conoce".
Si las sospechas de la fiscal eran correctas, Óscar no sabía quién era. No era el hijo de un honorable soldado. Era la víctima de un secuestro, un trofeo de batalla, la prueba viviente de una masacre.
A pesar de lo abrumador de la revelación, Óscar tuvo que admitir que no era algo completamente nuevo. Diez años antes, alguien le había enviado un artículo de un periódico guatemalteco, sobre Dos Erres. Mencionaba su nombre y el supuesto rapto. Pero su familia, en Guatemala, lo había convencido de que la idea era descabellada, un mero invento de la izquierda.
Lejos de la cruda realidad de Guatemala, Óscar se olvidó por completo de la historia. El país que había dejado detrás era uno de los más desesperados y violentos en América. Alrededor de 200 mil personas murieron en la guerra civil que terminó en 1996. Los militares, acusados de genocidio, se mantuvieron con mucho poder.
Ahora, el caso estaba absorbiendo a Óscar en esa lucha que Guatemala libraba al enfrentarse con su pasado trágico. Si se realizaba la prueba de ADN y los resultados eran positivos, su vida se transformaría de manera peligrosa. Se convertiría en una evidencia, en carne y hueso, en la búsqueda de justicia para las víctimas de Dos Erres. Tendría que aceptar que su identidad, su vida entera había estado basada en una mentira. Además, se convertiría en un posible objetivo de los grupos que buscaban mantener enterrados los secretos de Guatemala.
Los guatemaltecos se han encontrado en un dilema similar. Han estado divididos por los esfuerzos para castigar los crímenes del pasado, en una sociedad rebasada por la impunidad. Los asesinos y torturadores, los uniformados de los ochentas, han contribuido a crear las mafias, la corrupción y el crimen que hoy azota a los pequeños países de Centroamérica. La investigación de Dos Erres es parte de la batalla contra la impunidad, de la lucha por el futuro. Pero las pequeñas victorias tienen grandes costos: represalias y conflictos políticos.
Al igual que su país, Óscar tenía que elegir si quería enfrentar la verdad, aunque fuera dolorosa.
Ver en PDF carta de Sara Romero a Oscar
Capítulo 2: "No somos perros para que nos maten"
El otoño de 1982 fue tenso en Petén, una región al norte de Guatemala, cerca de México.
Las tropas en la zona combatían a la guerrilla conocida como las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR). La campaña de contrainsurgencia alrededor de la nación era metódica y brutal. El dictador Efraín Ríos Montt, un general que había tomado el poder en un Golpe de Estado en marzo, había desatado misiones de tierra arrasada en poblados rurales, sospechosos de alojar y proteger a los rebeldes.
Ubicación de Las Cruces donde se encontraba la aldea Dos Erres
Aunque habían ocurrido enfrentamientos cerca de Dos Erres, la aldea estaba escondida en un área remota y selvática y era relativamente tranquila. Había sido fundada apenas cuatro años antes, mediante un programa de reparto agrario, del gobierno. A diferencia de las áreas donde los rebeldes reclutaban agresivamente entre los indígenas del país, los habitantes de Dos Erres eran principalmente ladinos - guatemaltecos de ascendencia blanca e indígena. Las sesenta familias que vivían en este terreno rico naturalmente, cultivaban frijol, maíz y piñas. Los caminos no estaban pavimentados, pero había una escuela y dos iglesias, una católica y otra evangélica. El nombre del pueblo, Dos Erres, era en honor a sus fundadores, Federico Aquino Ruano y Marcos Reyes.